domingo, 18 de abril de 2010

Todos necesitamos a la Señorita Mc Phee

Cuando eres padre y llevas a tus hijos al cine siempre vas con la prevención de si lo que irás a ver no será un tremendo pestiño. Porque sí, increíblemente, todavía hay gente que cree que los niños son bobos y se les puede hacer ver cualquier cosa. En lo opuesto a estas situaciones, y por fortuna, de vez en cuando el llevar a tus hijos al cine te permite descubrir pequeñas joyas que, en caso contrario, nunca verías. Este es el caso de "La niñera mágica y el Big Bang", película escrita, producida e interpretada por la siempre solvente y muy inteligente Emma Thompson, que ya nos encandiló hace unos años con una primera película de este muy logrado personaje, una especie de Mary Poppins menos cantarina y algo más gótica. La primera maravilla de la película es su casting femenino. Y es que "La niñera..." nos permite ver en pantalla a tres generaciones de actrices anglosajonas de las que hacen historia: una estupenda Maggie Smith (que, como siempre, te hace sentir eso de "qué grande es el cine"), la propia Emma Thompson, dulce y siniestra a partes iguales, y la más joven Maggie Gyllenhaal, haciendo creible su papel de madre desesperada y esposa enamorada.
Por si esto fuera poco, Thompson, que para eso paga, me imagino que algo habrá influido en los papeles masculinos y la película tiene dos cameos de los que alegran la vista a las mamás de la sala: Ralph Fiennes, como el padre distante de dos de los niños protagonistas y Ewan McGregor, su opuesto: el amoroso padre de los primos de los anteriores. Y para hacer de cuñado fresco y amoral, coge a un actor con fama de lo mismo: Rhys Ifans (acompañante, por no decir otra cosa, de Kate Moss y Sienna Miller), riéndose de sí mismo y de todos los sambenitos que le han colgado.
Si tuviera que ponerle un "pero", éste sería que en algunos momentos la película resulta algo reiterativa y excesiva en su intención educativa, pero no debe olvidarse que es una película infantil; una película infantil inteligente, eso sí. Creo que también tiene algunos fallos de guión, como la escena en la que los cerdos hacen natación sincronizada; ya sé que se trata de magia, es solo que no creo que este tipo de natación estuviera inventada o popularizada en los años 40, en los que transcurre la película. Eso sí, la escena es tan hilarante que merece la pena el anacronísmo. Y no me olvido, por supuesto, de la vertiente estética de la película, que hace que esta sea todavía más disfrutable: la campiña inglesa, la porcelana, el cottage, las preciosas cajas de ropa, la tienda de ultramarinos... Todo acompañado de un vestuario que, en el caso de la madre, podríamos tener en nuestro armario: vestidos de flores, blusas blancas de encaje, abrigos de terciopelo de colores chillones, vaquero mezclado con liberty... de nuevo creo que no es del todo fidedigno, pero al menos sí muy bello. En definitiva, porque los niños, como decía al principio, no son bobos, démosle la bienvenida a una película inteligente, sostenida e ideada por una mujer que no lo es menos. "Cuando me necesitáis, pero no me queréis, debo quedarme; cuando me queréis, pero no me necesitáis, debo irme".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues mira, tenía dudas sobre si ir a verla y si los niños la aguantarían, pero las has despejado.
Genial la cita del final: eso es precisamente educar: una tarea tan ingrata que querer y necesitar no coinciden.